domingo, 14 de noviembre de 2010

Señores diputados: los mensajes de los ciudadanos no son spam

Sacado íntegramente de El blog de Enrique Dans, copio aquí sus palabras porque no merece la pena volverlo a explicar. Un resumen: Ley Sinde, protesta ciudadana y parlamentarios quejándose de sobrecarga en sus buzones de correo electrónico.

La reciente campaña de envío de mensajes de correo electrónico a los diputados solicitando el rechazo a la Ley Sinde ha tenido como resultado que algunos protesten por la sobrecarga a la que los ciudadanos están sometiendo a sus buzones, o que lleguen incluso a calificarlos como spam.
No es así. Lo único que hace la campaña es facilitar a los ciudadanos una manera fácil de comunicarse con sus representantes en el Congreso, pero no es para nada una acción de spam. Nadie intentaba saturar nada, ni tirar ningún servidor. La campaña solicita a los ciudadanos que expliquen con sus palabras las razones por las que solicitan a los diputados que rechacen la Ley Sinde, y admite únicamente un envío por cada dirección de correo electrónico. No se trata de un envío de correos estandarizados, ni de ningún tipo de bombardeo realizado por medios electrónicos: todos los correos recibidos por los diputados tienen detrás un ciudadano preocupado, una persona que ve amenazados sus derechos, alguien que decide tomarse el tiempo de escribir un correo para expresar su voluntad y pedir en casi todos los casos de forma educada a su representante precisamente eso, que por favor le represente. La campaña no pretende ser masiva: nunca va a ser masiva la petición de un esfuerzo como el de redactar un correo individualmente, expresado con tus propias palabras. No se trata de “darle a un botón y ya está”, hay que molestarse, que invertir tiempo y esfuerzo para escribir el mensaje. Algo que no merece en absoluto ser ignorado, ni mucho menos considerado spam.
Es triste, enormemente triste y descorazonador ver hasta qué punto los lobbies de la propiedad intelectual tienen un acceso tan inmediato y directo al poder político, mientras que los ciudadanos, que fueron quienes pusieron a los diputados donde están, tienen que ser imaginativos para inventarse las vías de acceso y tienen que ver como sus correos son calificados nada menos que como spam, como correo basura. Te lleva a perder la fe en la democracia. En estos días se ha llegado incluso a hablar de retirar las direcciones de correo electrónico de los diputados de la web del Congreso: sencillamente impresionante. Deberíamos plantearnos a qué extremo llega una democracia cuando su reacción es intentar impedir el contacto de los ciudadanos con sus representantes.
(leer entero)


Por último, cabe añadir que si queréis sumaros a esta protesta, podéis enviar un correo electrónico personal a los diputados desde aquí:



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domingo, 7 de noviembre de 2010

Filomeno, a mi pesar

U.S. National Archives

Desde el 8 de agosto, Londres fue bombardeado cada noche, y los que vivíamos en Londres conocimos el terror, la incertidumbre de la muerte, pero aprendimos a enmascarar nuestros sentimientos y mostrarnos tranquilos. Íbamos serenamente a los refugios nada más que empezar las alarmas, permanecíamos en silencio mientras se oían las explosiones, obedecíamos a las sirenas aullantes que nos ordenaban regresar a los hogares: muchos lo hallaban dañado, o destruido. Gente que habíamos visto a nuestro lado, no la volvíamos a ver; vivíamos pendientes de la radio, o la radio era nuestro alimento moral, nuestro soporte. Yo no sé si los estrategas de Hitler habían tenido en cuenta, al calcular los efectos psicológicos de los bombardeos, esta presencia de la radio en todas las conciencias, esta esperanza y absoluta fe en lo que nos decía. Sabíamos sobre todo que no nos engañaba, porque la veracidad de sus afirmaciones la podíamos comprobar en la calle. El texto de mis crónicas llegó a hacerse monótono: esta noche bombardearon tal barrio, o tal ciudad; hubo tales destrozos y tantos muertos. Y así hasta el día siguiente. Las relaciones humanas se alteraban, pero sólo en apariencia. Había que comer, aunque estuviese racionado. Y había que salir en busca de una chica que, a su vez, hubiera salido en busca de un muchacho, no por necesidad de placer, sino por otras razones, o causas, que sólo podrían describirse en una novela, que no tenían cabida en las crónicas. Desconocidos que se topaban en la calle, que se reconocían por la mirada, buscaban refugio en los hogares subsistentes o en los hogares rotos, a horas inusuales. Aquella clase de amor era una afirmación desesperada de la vida, y todo el mundo lo entendía así. Yo no sé si alguna vez, y de manera general, las relaciones entre hombre y mujer habían tenido ese sentido, pero imagino que sí, que así se han juntado, a lo largo de la historia, en todos los momentos de terror.









 
TORRENTE BALLESTER, Gonzalo; Filomeno, a mi pesar; Memorias de un señorito descolocado. Planeta, 1988.
Premio Planeta 1988.




Me ha gustado infinito.